Publicado el 16 de julio de 2013 en GranadaHoy
Hace pocas fechas, el 24 de junio concretamente, la
Diputación de Granada presentaba el número 60 de su Colección Genil de literatura
y la edición, sorprendentemente, aún siendo poética, no está fundamentada en la
reproducción del libro Extravagante
jerarquía de Antonio Carvajal, ya publicada por Hiperión en 1983, sino en
la exquisita obra plástica que ocupa sus páginas. Auténtica poesía visual de
alto contenido hermético, salida de la mente y la mano del tristemente
fallecido Claudio Sánchez Muros (1936-2010), que complementó el título con sus
propias palabras: Un Belvedere y vistas
al mar.
Claudio Sánchez Muros era granadino y se formó
artísticamente en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal, bajo la
docencia de Gabriel Morcillo. Con quince años consiguió el Primer Premio en la
Exposición de Noveles del Centro Artístico de 1951, obteniendo posteriormente
algunos galardones más de índole local, siendo becado por la Diputación en los
años 60. Pero Granada se le hace pequeña y se traslada a Barcelona a estudiar
en la acreditada Escuela
Massana de arte y diseño, siendo discípulo de Santos
Torroella. En Barcelona reside durante unos años, colaborando con diversas
editoriales y ejercitándose en las técnicas del grabado. A su vuelta a Granada se
convierte en un imprescindible en todos los ámbitos artísticos y culturales de
la ciudad, mediante su exquisito trabajo de diseño para la Universidad de
Granada, la Fundación Rodríguez
Acosta o el Patronato Federico García Lorca de Fuente
Vaqueros, entre otros, inundando con su forma de hacer, de gran novedad en
Granada, desde las ediciones bibliográficas a la cartelería, pasando por las portadas
de discos, alguna incursión escenográfica o la enseñanza de cine en los
Salesianos.
Tras esta pequeña, pero obligada visita por su trayectoria
vital, solamente nos quedaría reseñar su pasión por Italia, con lo que ello
conlleva en el aspecto artístico. Estas visitas impregnaron su vista de
conceptos como el decoro o el lujo, exquisito y elegante, que van a quedar
plasmados en su producción y especialmente en este magnífico libro que, por
otra parte, es como una summa de la
obra de su vida. Aquí vamos a encontrar todas las técnicas que él desarrolló a
lo largo de su trayectoria: dibujo, collage, pintura, uso del oro y la plata,
traspaso de imágenes litográficas, llegando a utilizar la imagen reflejada y la
que ha calado a la página siguiente. Descubriremos, en un mundo tan privado
como las páginas de un libro, todo su imaginario que acompaña, en un discurso
paralelo y propio, la obra de Antonio Carvajal.
Fue precisamente el poeta quien, en los años noventa, le
regaló un ejemplar de su publicación y, sobre este ejemplar, Claudio dejó una
obra inconclusa de carácter críptico, en la que las obsesiones de corte
surrealista, la pasión por el objeto mecánico y su posible humanización, la
ironía de las dobles imágenes y sentidos, crean un viaje iniciático, al estilo
del Sueño de Polífilo, por el
interior de un edificio simbólico, con forma de alta torre rodeada de jardines,
que Sánchez Muros ubica en el cabo de una península bañada por tres mares, el
Báltico, el Pisano y el Arcaico, e incluso en la página en que comienza el
libro Tigres en el jardín, nos
obsequia con un detallado plano del edificio en el que se sitúan los
principales elementos que a continuación describe.
El viaje comienza en el jardín, con la visita a la silenciosa Esfinge
que “no habla pero piensa” o bien “ni piensa ni habla” y a las diferentes
especies botánicas del jardín y su fastuosa fuente. Desde ahí, se vislumbra “La
Puerta de Entrada” diseñada en la página de Poemas
de Valparaíso, desde la que se accede al vestíbulo decorado con un gran
tapiz que, a lo largo de cinco páginas, nos lleva hasta el pasillo de los
autómatas: “el autómata, protagonista indiscutible de este trabajo y al que nos
acerca el autor desde su condición de humanista” según las palabras del artista
Ricardo García, encargado del amplio, documentado y fundamental prólogo que, a
lo largo de veinticinco páginas, realiza una descripción formal y nos propone
una interpretación del caudal visual que Sánchez Muros dejó en este libro.
Entre los autómatas está el brillante “Aeróstato-reloj de sol. Asciende los
días de lluvia. Marca la hora desde el siglo XVI, sólo cuando lo piden los
niños y los ancianos” según reza la inscripción del autor. Esta es la
ilustración que ha servido para realizar la portada de la presente edición, con
algunas salvedades, como que en la portada se ha situado sobre el poema invertido
de Tigres en el Jardín y no sobre el
poema XXI de Poemas de Valparaíso,
donde realmente fue trazado.
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| Retrato de un militar, pág. 95 |
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| Ángel previo a la Capilla, págs. 132-133 |
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| Ex-voto a Santta Vittoria per gracia ricevuta, pág. 171 |
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| Reliquias del verano de 1906, pág. 155 |
Tras los autómatas, comienzan las escaleras del edificio y nos diseña su sección, señalando las plantas a las que accederemos: “La galería de retratos”, “La Capilla” y “El Mirador”. En la galería, siete serán los retratos a visitar y en todos, una fina carga de ironía baña las composiciones. De este modo pone en igual valor a una dama desconocida, a Boabdil adolescente, a un soldado o a Mary Shelley cuyo retrato es doble e “inacabado porque no se está quieta”. Seguimos por la escalera y llegamos a la Capilla, donde entramos con una Jaculatoria, realizada con imágenes sueltas que actúan como un vocabulario con sentido oculto –otra similitud con el Polífilo-. Tras la entonación del rezo, un ángel de plata y oro nos presenta ante la puerta de la capilla, los frescos ruinosos y los altares vacíos, para llegar a los relicarios y exvotos, entre los que destaca el de Santa Vittoria, magnífico ejemplo de la técnica del artista. Termina la visita con un mordaz relicario para náufragos, conformado por un ostensorio con forma de rosa de los vientos.
Desde la capilla se accede a la caja del reloj de la torre y,
desde allí, al mirador que, formado por cuatro ventanas, señaladas de puño y
letra por el autor, es precisamente la parte inconclusa ¿o no? del Belvedere.
Tras nuestra ascensión, al final solo intuimos las vistas al mar por la
situación geográfica del edificio y por la segunda parte del título de la obra,
pero ¿estaremos ante una negación como la de la Esfinge al comienzo del libro?
Ahí, deberemos jugar con nuestra propia imaginación que ha sido guiada a lo
largo de las páginas anteriores por el universo visual y conceptual de Claudio
Sánchez Muros. Aún, nos dejará el artista subir al tejado, a través de una
quebrada escalera y una nueva oración. Allí, en el tejado, “Gaspar decide
quedarse como veleta del Belvedere”. ¿Será ese nuestro destino, ser atentos
vigías de lo que los vientos nos traiga?
En definitiva, un libro excepcional, con unas ilustraciones
muy cuidadas que cualquier amante de la poesía, del arte o de las ediciones
bibliográficas, debe tener y disfrutar. Un magnífico homenaje del departamento
de publicaciones de la Diputación a un artista que, por su propio carácter
modesto, no brilló socialmente, pero sí con su obra. Un Libro de Artista, con
mayúsculas, que nos lleva a nuevas preguntas como: ¿Es este el único libro que
intervino Claudio Sánchez Muros?
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| Oración para antes de subir al tejado. Primera página de índices. |






