Publicado el 21 de octubre de 2013 en GranadaHoy
El cristal con que se mira es el título de la exposición que el artista granadino, Juan Vida, ha presentado recientemente en Granada. La exposición está formada por más de ochenta obras de pequeño formato que se dividen en diferentes series autónomas, pero que siguiendo el propio proceso de elaboración de las piezas, se yuxtaponen unas con las otras, creando un continuo narrativo que le da coherencia y, fundamentalmente, le otorga una carga simbólica y social de gran calado.
Las
obras están realizadas con diversidad de técnicas, en las que el collage, el
objeto encontrado e intervenido, la manipulación de objetos industriales y el
diseño informático, junto a la impresión ocasional sobre cristal, se dan la
mano para crear una serie de imágenes inquietantes y provocativas que se aferran
al discurso agrio que destila toda la muestra. Juan Vida es un artista plástico
de extensa trayectoria y un experimentado diseñador gráfico que ha tenido y
tiene a su cargo, multitud de series editoriales que le han permitido adquirir
una destreza fundamental para explicar con pocos elementos entrelazados y, a
veces opuestos, toda una amalgama de ideas que visualmente impactan y
explicitan el mensaje interno de las publicaciones.
Es
a este campo de los trabajos visuales, donde Juan Vida ha acudido para
objetivar sus ideas, abandonando por un momento su incontestable carrera
pictórica y contar las sensaciones de la sociedad actual, en la que los valores
se han visto alterados a una velocidad vertiginosa. Esta exposición nace desde
el conflicto de un mundo que creíamos inalterable, con la dolorosa realidad del
día a día que se está instalando como rutinaria en nuestras vidas civilizadas y
occidentales. Un mundo que creíamos en alza, y que como el propio artista
comenta: “Nos parecía que se entregaba en mejores condiciones a las siguientes
generaciones teniendo la certeza, en la actualidad, de que se lo entregaremos a
nuestros hijos con unos recortes sociales que hace unos años eran
inimaginables”.
Por
tanto, esta exposición no puede ser una exposición amable, es una muestra que
busca la angustia y hace patentes todas aquellas debilidades del ser humano, en
soledad y en sociedad. Paradigmática en este aspecto, quizás sea la serie de la
pubertad, tanto masculina como femenina, donde los tabúes, la incomunicación y
la decrepitud del paso del tiempo, ejercen un control moral sobre el orgullo de
la persona en la intimidad, inhabilitándola para con la sociedad al crear barreras
invisibles de comunicación.
Este
conflicto, mostrado a lo largo de las series, con imágenes abruptas o
desagradables, ha hecho que la exposición surgiera con polémica, con cambios de
sede y falta de compromiso por parte de la Universidad de Granada, que ha
atendido a sus intereses institucionales por encima de esta amarga crítica
social, algo en lo que no vamos abundar, pues ya ha quedado ampliamente
documentado en la prensa.
El
hecho es que hoy se puede disfrutar en la sala de la Biblioteca de Andalucía y tenemos
la oportunidad de acercarnos a esta especie de infierno del Jardín de las delicias del Bosco, que
supone la consecución de imágenes alteradas en busca de crear sensaciones
físicas, algo muy vinculado con Dada y con el Surrealismo: la yuxtaposición de
objetos o imágenes que, en principio deben existir separados, provocan la
ansiedad, la intranquilidad o la dentera física. Así, cuchillas de afeitar
tapando los ojos del artista o bocas ensangrentadas que posteriormente son
silenciadas por esparadrapos en cruz, son imágenes que hacen reflexionar sobre
cómo se limitan los sentidos del individuo y su capacidad de manifestarlos.
Series
como la del desahucio, que se inicia con una espada de naipe asaltando la
concha de un caracol, son series de triste actualidad. Pero aún lo es más
cuando ese desahucio, ese extrañamiento, obliga al ciudadano al autoexilio
alimenticio, a la emigración y el desarraigo, provocando los dramas de las
pateras como los recientes de Lampedusa. Pero además, esa circunstancia viene
dada por una mala información de la bondad de la tierra de promisión que se
transmite a través de la imaginación del cuento que oculta una crueldad
infinita como en la serie de Hansel y
Gretel. Historias que bien pueden conducir al plácido suicidio de un día de
campo dominguero, digno de un anuncio automovilístico, con el que se remata la
penúltima serie de esta exposición, bajo la atenta mirada de un renovado Niño
de la Bola, en este caso de la wikipedia, mundo puzle, mundo a medio construir
o a medio desmontar, mundo inconcluso al fin y al cabo, que se remata con la
dramática serie de Ojos que no ven,
donde la ilusión de un mundo mejor hace que se realicen arriesgados viajes
migratorios que acaban entre rejas o en la muerte, mientras quedamos
deslumbrados por nuestra propias miserias civilizadas.
Hay
otras constantes en la exposición que explican y, sobre todo, dan cuerpo a las
diferentes imágenes: las moscas incombustibles, inoportunas, desagradables; el
afeite, la subyugación del menos favorecido, los dientes carcomidos, la pistola
asesina que describe la fórmula de la parábola o la utilización de cuadros
comerciales de manufacturas chinas, auténticos mundos ficticios que pretenden
ser idílicos y no dejan de ser una superficie kitsch sobre la que Juan Vida
destila un particular sentido del humor.
Como
siempre, el espacio escrito es escaso para poder narrar las imágenes que surgen
de la mente de un creador. Pero no quiero cerrar esta visita por la exposición,
sin reseñar la serie de los autorretratos del artista y, básicamente, el que
sirve de cartel de la muestra: el moderno Guillermo Tell, tocado por las vendas
que cubren los errores y coronado por una manzana podrida, imagen del paso
inexorable del tiempo, auténtica alegoría barroca. Presidiendo todo ello, la
Feminúncula, joven ser híbrido de piedra y muñeca, abandonado en el césped que
contempla la vida que le espera.
José Vallejo








