jueves, 31 de octubre de 2024

EDUARDO ARROYO, EN GRANADA POR TERCERA VEZ

Frontispicio de la exposición Eduardo Arroyo, biografía pintada


Entre el 26 de septiembre de 2024 y el 12 de enero de 2025 se exhibe una importante exposición denominada Eduardo Arroyo, biografía pintada, en las salas del Museo de la Memoria de la Fundación CajaGranada. Es la tercera ocasión en la que podemos ver en Granada una exposición monográfica del gran pintor madrileño, fallecido en octubre de 2018.

Las otras dos exposiciones son: la que tuvo lugar en el palacio de los Condes de Gabia en 1998, titulada El exilio anterior y la celebrada en el Centro Federico García Lorca durante los meses de febrero y marzo de 2018, pocos meses antes de su muerte, Eduardo Arroyo. Granada. En la inauguración de esta última, Eduardo Arroyo comentó que solamente había expuesto en Andalucía en otra ocasión y que había sido precisamente en Granada, por lo que su segunda exposición en Andalucía también era en Granada. "Que por algo sería".  

Ahora, con esta nueva muestra, ya póstuma por desgracia, tenemos la oportunidad de ver una exposición de dibujos, esculturas y lienzos, algunos en gran formato, que dan una idea muy clara de su arte. Su capacidad para apropiarse de un imaginario biográfico y el exilio hispano-francés ‒que él convierte en un "pastiche" utilizando tópicos a los que les otorga un nuevo significado, utilizando un sutil y mordaz sentido del humor‒. Son obras llenas de narrativa con varias historias encerradas a un mismo tiempo que nos obligan a detenernos durante un tiempo para su lectura completa. Espero poder hacer una entrada específica sobre esta exposición, pero entre tanto dejo el texto que preparé para la del Centro Lorca, de la que tuve la suerte de ser coordinador. Eduardo ya estaba muy enfermo, pero aún así rebosaba una vitalidad que dejó plasmada en la cariñosa dedicatoria que me hizo en el catálogo. 









EDUARDO ARROYO

Granada

Hace justamente veinte años, Eduardo Arroyo visitó nuestra ciudad planteando una de las exposiciones más rotundas de las celebradas en ese año en el Palacio de los Condes de Gabia de la Diputación de Granada, espacio referencial de la modernidad y la contemporaneidad en la ciudad y en Andalucía. Aquella exposición, titulada El exilio anterior, era una muestra clara del ideario y la argumentación de los conceptos desarrollados por Arroyo a lo largo de toda su carrera creativa, especialmente el tema del exilio y autoexilio –autobiografía– personalizados en tres temas: el exilio histórico producido durante la Guerra Civil y la dictadura, el del escritor y pensador José María Blanco White y el del granadino Ángel Ganivet, que terminaría sus días ahogado en las gélidas aguas del Dvina en Riga, a los que añadir una pequeña selección escultórica dedicada a uno de los tópicos de la España prototípica de los exilios: la botella de Tío Pepe.


Esta exposición, centrada en Ganivet, era una narración de los exilios; los forzados, los deseados, los interiores, los finalizados y los que nunca tendrán fin, pues van más allá de la conformidad con la propia existencia. Y no es casual que sean dos escritores, dos pensadores, los protagonistas de esta aventura de destierro, porque la obra de Eduardo Arroyo es una obra narrativa, literaria, que busca una nueva metodología lingüística visual, para relatar todo el conjunto de referencias y existencias paralelas al hecho concreto de la muerte lejana de la tierra natal. A través de sus imágenes, Arroyo cuenta y argumenta estas y otras historias, por lo que es lógico pensar que el mundo de la literatura, de la ilustración y del libro como objeto, son campos fructíferos en su carrera.

Catálogo de Eduardo Arroyo en 1998 en Condes de Gabia (Granada)


 
En esta nueva exposición granadina: Eduardo Arroyo, Granada, el artista nos ofrece una rica panorámica de su obra ilustradora, especialmente la dedicada a la ciudad o a motivos vinculados a Andalucía, y una importante muestra bibliográfica de la que Arroyo es autor, protagonista o iluminador de sus páginas; creando esa suerte de narración paralela que es la imagen perdida entre cientos de hojas escritas. Nace esta exposición, precisamente, por la reciente edición de una novela escrita por el Dr. Carlos Ballesta en la que, tras la historia ficticia, se desarrolla un extenso recetario medieval, propiciado por el aspirante a cocinero del Sultán. El resultado de este trabajo son veintinueve ilustraciones originales sobre papel y en diversas técnicas que marcan aquellos puntos cumbre o capítulos de la novela del Dr. Ballesta, que aquí son expuestos en su totalidad.
 
A raíz de esta idea motriz de exponer la serie completa de ilustraciones para La cocina del Sultán, se desarrolla una exposición en la que el afán de toda una vida creativa por acercarse a la imprenta y al libro, por parte de Eduardo Arroyo, ha sido fundamental. En la intensa vida intelectual y bibliográfica del artista se condensan y resumen la mayor parte de las angustias y obsesiones que el creador plástico ha llevado al lienzo. Así, la generación de nuevas epopeyas a través de pequeñas historias, la apropiación del pastiche como base de elaboración de un nuevo concepto, la identidad propia y la del exiliado, el exilio en sí, son tratados en profundidad en sus textos, en los que se han escrito sobre él y, sobre todo, en los que él ha enriquecido con su mano.


Edición de La cocina del sultán de Carlos Ballesta con ilustraciones de Eduardo Arroyo


 
La exposición Eduardo Arroyo, Granada arranca con una hoja con el leitmotiv de los pies bocabajo de Ganivet que se hunde en las aguas del Dvina, aludiendo al suicidio del escritor granadino y a su extrañación de la vida que ya lo fue la de su tierra natal. Esos zapatos con las suelas agujereadas nos hablan del viajero incansable por vocación o por obligación, pero también nos hablan del cansancio de una vida, son como un eco de las Botas de campesino de Van Gogh, en las que tantas penurias veía Heidegger en su desgaste. Ese gesto no permanece en el anonimato para Arroyo, pues junto a la serie completa de los Suicidio de Ganivet 29-XI-98, el artista también realizó Zapatos –presentados aquí como Souliers– que es una clave más en el lenguaje artístico del creador, el “pastiche”, en este caso hacia el gran pintor holandés que se rastrea con claridad en otra de las series presentes en esta exposición, la de Constantina (Tina). Tengamos en cuenta que aquí el “pastiche” no es una reproducción literal y adornista de algo ya realizado, sino la lectura premeditada de lo precedente para decodificar y recodificar la imagen y la idea en una nueva realidad temporal y social.

Eduardo Arroyo. Suicido de Ganivet (1978)



 
Constantina Pérez Martínez era la mujer de un minero de la cuenca asturiana, como Silvino Zapico, uno de los cabecillas de las huelgas obreras asturianas de 1963 –de las primeras tras la Guerra Civil– que fue duramente reprimida por las fuerzas de seguridad del Estado franquista con una violencia tal, que se llegaron a aplicar recursos medievales como el rapado de las mujeres de los huelguistas, para dejarlas señaladas a ellas y a toda la familia ante la sociedad de la época. Esta serie se abrió en su momento con la gran obra de Arroyo El Minero Silvino Zapico es arrestado por la policía: un hombre vestido de negro entra a una sala, en la que un personaje mironiano lo intenta frenar. Esa cita a Miró se trasladará a los retratos de la rapada Constantina, mediante la Bailarina española que, tocada por una peineta, va a ser la constante de la proporción y composición de la obra, mientras que el detalle de la peineta aquí será clavada directamente sobre la cabeza desnuda de “Tina” como un elemento más de tortura.

Constantina Martínez rapatta dalla polizia (1970)





 
Otra de las series que destaca en la exposición es la denominada Waldorf Astoria que culmina con Carmen Amaya frit des sardines au Waldorf Astoria, donde relata una anecdótica historia de la bailaora gitana Carmen Amaya –que ella negó durante toda su vida– en la que ella, y toda la compañía, fueron expulsados del hotel Waldorf Astoria por haber asado varios kilos de sardinas en los somieres de las camas de las habitaciones, ante una nostalgia tópica de los sabores españoles. Un recuerdo o una evocación a aquellos Suspiros de España de Concha Piquer y la dispensa de vino español en una farmacia americana. En esta serie, la cabeza con peineta, la silueta de línea blanca, la sardina, los topos del vestido típico frente a la depurada decoración del papel pintado del hotel o el minucioso bordado del mantón de Carmen Amaya, son todo un símbolo de la propagación de los valores patrios, los tipismos, durante el franquismo y su enfrentamiento, en el momento en que la historia cobra forma pictórica bajo la tutela de Eduardo Arroyo, como son las señeras catalanas que adornan el mantón.


Waldorf Astoria (1990)


 
De las series Dictionaire impossible nos llegan cinco piezas. El Diccionario imposible es un proyecto conjunto de impresión con la casa Bordas, en el que la imposibilidad viene dada por la propia definición del proyecto que le da un cuerpo gigantesco, como es ilustrar las voces del Larousse, empresa inviable en la vida de un solo autor, pero es un frente abierto al trabajo por el hecho del disfrute personal. Aquí entra el juego del orden de las listas, de las definiciones, del conocimiento reglado, medido, pesado y contado que la Enciclopedia trajo consigo, es el origen de las libertades naturales frente al despotismo minoritario. Es, una vez más, la pasión de Arroyo por el libro y la literatura, tal como ha dejado reflejado en otros proyectos expositivos como La oficina de San Jerónimo en 2015-2016, comisariada por el propio Arroyo y Fabienne di Rocco.
 
La última serie de la que nos vamos a ocupar es el tríptico Granada, cuyo original es propiedad de la diputación de Granada, mientras que aquí traemos una versión al aguatinta, de gran formato, auténtico alarde técnico de las posibilidades de la reproducción artística seriada. La obra gráfica en sí, es el vehículo lógico para la edición bibliográfica y esta es una de las pasiones técnicas de Arroyo, prácticamente en todas sus disciplinas, desde la xilografía al aguafuerte. Por eso, estas piezas de gran formato y acabado exquisito nos recuerdan la presencia de otro gran personaje en la vida profesional de Eduardo Arroyo, Walter Benjamin, a través de su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y su particular filosofía de la historia, en la que cualquier pieza, por insignificante que sea, es importante para desentrañar la realidad histórica, destacando sobre todo su carácter trashumante y mártir en el exilio. Pues bien, en estos tres monumentales papeles impresos se reúnen los elementos “kitsch” tópicos de las peinetas, otra vez la peineta, que como una parrilla o trébede acoge todo un repertorio de forjas, abanicos, sombreros, artesanías, guitarras y las omnipresentes moscas que se recortan en silueta en las improvisadas peinetas-celosías que se sustentan sobre las bandas coloreadas de la bandera de España. Cabe pensar siempre en este juego de tipismos tópicos, en el proceso de regeneración del conocimiento propio de la cultura española, al estilo de lo que Regoyos o especialmente Zuloaga, podían mostrar. Recientemente Arroyo ha expuesto su versión de La víctima de la fiesta del pintor eibarrés y reconocemos en él esa idea de imagen constante, pero narrada de otra manera, que se convierte en un invariable castizo de la cultura española. ¿Es una mirada positiva o negativa, de esa cultura? Creemos que es una mirada analítica que refleja los fallos y las luces de una España vista desde una lejanía conceptual que intenta ser clarificadora.


Granada I, II y III (1993)




 
Dejamos para el final dos retratos: el de Manolete, inserto en una edición de poesía dedicada por el Ayuntamiento de Madrid, en 1997, al diestro cordobés y un magnífico dibujo de 2003, a lápiz sobre papel vegetal, de Federico García Lorca, el joven poeta y autor teatral, resuelto mediante la limpia línea clara que nos muestra la capacidad y certeza técnica de Eduardo Arroyo en el dibujo, tal y como dejó claro en la monumental exposición de 2012 en el Museo del Prado, sobre El Cordero Místico de los hermanos Van Eyck [Esta obra está presente en la actual exposición de la Fundación CajaGranada] que él reinterpretó mediante sus gestos “kitsch” y “pasticheros”. Un nuevo políptico, repleto de nuevos comitentes y nuevos mártires que la sociedad contemporánea bien podría incluir ahí. Pues bien, aquí Lorca está presente traslúcidamente en su papel vegetal, como en un signo de la levedad del tiempo pasado sobre la tierra. Un nuevo mártir y un nuevo ejemplo histórico para tener en cuenta en el imaginario de la humanidad.


Federico García Lorca (2003)




 
Se completa la exposición con la presencia de más de medio centenar de ejemplares bibliográficos que van desde la edición de lujo, seriada y numerada, a la de tapa rústica; pasando por los libros iluminados por Arroyo, a los escritos por él o sobre él. En definitiva, un homenaje a la impresión y a la difusión del conocimiento mediante el libro y las imágenes paralelas creadas por el artista, que devienen en un lenguaje equivalente, a veces jeroglífico, como ocurre en Ganivet o Blanco White. Un paseo por la vida creativa y conceptual de un artista como Eduardo Arroyo.

José Vallejo Prieto



Para conocer más sobre la figura de Eduardo Arroyo dejo aquí el enlace a la tesis doctoral de Carmen Escardó Zaldo de la Universidad Complutense y un catálogo de la Fundación Mapfre


  

sábado, 5 de septiembre de 2020

AÑORANZAS DEL CORAZÓN

 JULIO JUSTE, IN MEMORIAM...

 

Vista cenital de la fuente ¡Y un cuerno...! Foto: Inma Puertas

    Conocí a Julio Juste en los comienzos de los años ochenta del siglo pasado. Él me conoció a mí veinte años después. Digo esto, porque en esas fechas en las que yo aún no había cumplido los veinte, Julio Juste era ya una referencia en el mundo artístico de Granada. Sus exposiciones en Laguada y en Palace, míticas galerías de la modernidad en la ciudad, no te dejaban indiferente. El uso del color siempre tan excepcional para quien tenía un “ojo total” –igual que existe el oído total– su figuración abstracta y los sugestivos títulos provocaban la necesidad de seguir conociendo la obra de este artista. Además, junto a las exposiciones, Julio Juste realizaba una rica producción de diseño que renovaba completamente el panorama de lo que había sido la edición y la cartelería. Era una época de renovación e ilusión, para mí era una época de aprender a ver y a sentir el arte con mayúsculas, y de la mano de toda una generación. 

 

Vista de la exposición "Armonía Difusa" en el Centro Damián Bayón de Santa Fe

 

    Si a Claudio Sánchez Muros y Julio Espadafor los podríamos poner como dos antecedentes de esta nueva corriente creativa que se forjaba en Granada, la presencia de Julio Juste por una parte y de Juan Vida por otra, daban una proyección y originalidad al panorama artístico de Granada y, sobre todo, a su proyección a nivel nacional. Años en los que la presencia de Pablo Sycet en Granada, supuso dar el salto a Madrid y a la “Movida madrileña” y años en los que se comienzan a forjar otros artistas como Valentín Albardíaz, Santi Ayán, Santiago Beraza, Alfonso Medina, o se nos hace granadino Pedro Garciarias. Son años en los que gracias a la Galería Palace y los Condes de Gabia de la Diputación, siguiendo la estela del Banco de Granada, se mantiene el pulso de lo contemporáneo en la ciudad: José Guerrero, Soledad Sevilla, Gerardo Delgado, Jordi Teixidor, Cruz Díez, Frederic Amat, Morellet, Manuel Rivera, Equipo Crónica... 

 

Detalle de "Universo Púrpura"

 

    Son unos años 80 y 90 que realmente pusieron a Granada en el punto de mira de la modernidad española. Era maravilloso levantarse por la mañana para ir al trabajo e ir soñando en cuales iban a ser los colores que, durante la noche, había adquirido la piel de la ciudad para ese día. Salir y encontrarte en las vallas de obras, escaparates, muros arruinados, una sinfonía de color y mensajes gracias a la cartelería, era un goce para los sentidos. Y allí competían los grandes diseñadores del momento junto a los proyectos institucionales, porque era muy importante lo que decía José Guerrero: “¡Colores, coño, colores!”, en este país que durante tanto tiempo se vestía de grises, negros y marrones. Esa era la apreciación fundamental. Gran parte de este trabajo, durante los años 80, se canalizó a través de la empresa Gabinete Ciudad y Diseño y desde ahí se le daba categoría artística a cualquier humilde impreso que se hiciera para la administración. Aún conservo y sobre todo recuerdo el impacto que me supuso la edición del Avance del Plan General de Urbanismo de 1983 –Avance, para el que Julio realizó varios trabajos técnicos– y la Exposición ¿Qué hacer con la Ciudad?, dos libros que me arruinaron por unas semanas, pero sus portadas en morado y en amarillo provocaban su adquisición. ¿Desde cuándo un libro de ese carácter técnico se permitía esas licencias?

 

Detalle de "Valdeoscuro"

 

    Al principio decía que Julio Juste me conoció a mí veinte años después, y es la verdad. Yo conocía a Julio por su arte pero él ignoraba absolutamente mi existencia, pues nuestros círculos eran muy diferentes y por mi parte solamente existía la admiración hacia su obra como si de un genio clásico se tratara. Fue a partir de mediados los noventa cuando comencé a relacionarme con algunos de los compañeros de viaje de Julio Juste, especialmente el núcleo generado alrededor del Instituto de América de Santa Fe –continuador de esa tradición de la contemporaneidad– y la oportunidad de conocer a Julio Juste personalmente se abría. Pero aún pasarían algunos años más y sería José María Rueda el que por fin me presentara al artista que yo tanto había admirado –a él y a otros muchos de mis adorados iconos del arte–. Ahí nació una amistad tardía, de respeto mutuo, de ánimo por parte de Julio hacia algunas cosas que yo le contaba, pero sobre todo fue una larga, como no podía ser de otro modo, conversación sobre las proporciones, las normas de la medida y todo su análisis sobre la ventana de Iñigo Jones lo que nos llevó a intimar un poco más. Las conversaciones, nada fáciles por cierto, eran más asiduas y aún más densas. Su capacidad para enlazar temas disímiles era increíble, sus conocimientos eran enciclopédicos y, sobre todo, era el modo en que había discernido y extraído conclusiones estéticas o funcionales del problema a tratar. Su visión de los lenguajes artísticos y su valoración plástica de cualquier cuestión aparentemente banal, desde los toros al futbol, en dónde no solamente era el deporte o el espectáculo en sí, sino incluso su retransmisión televisiva y, por tanto, la transformación de un mismo hecho a dos planos diferentes. Recuerdo que en la inauguración de la exposición Dopplegänger de Carmen González Castro en la madrileña Puerta de Alcalá, Carmen trabajaba el mundo de las anamorfosis y Julio me hablaba de cómo la publicidad en los partidos de futbol había adoptado esta sugestión física de la óptica para amoldarse a los tiros de cámara de las retransmisiones deportivas. Ese era Julio Juste, una cabeza que hervía, con una capacidad insondable de entender las cosas de otro modo y reorganizar ese mundo para que fuera comprensible, lo que no quiere decir que fuera fácil de entender.

 

Sin Título, poema visual. Foto: Inma Puertas

 

    Por eso, tras toda esta perorata personal, yo quiero decir que para mí fue una suerte poder conocer a Julio en sus últimos diez, doce años, y que ha sido una fortuna poder trabajar en este homenaje que el Instituto de América realiza en estos momentos sobre su figura, especialmente con la creación de un espacio estable para salvaguardar su legado depositado en Santa Fe. Y la suerte, no es solamente el poder expresar mi particular homenaje a un amigo, sino el de haber podido compartir experiencias y conversaciones con quienes lo conocían en la época que yo no existía; amigos comunes que vivieron al mismo tiempo al artista y a la persona, yo durante esos veinte años solamente conocía al artista. Ellos han sido una fuente de conocimiento extraordinario sobre Julio Juste y han sido un regalo para mi trabajo y mi futuro, al enriquecer con su experiencia vital la mía propia. Juan Antonio Jiménez Villafranca, José María Rueda, José Antonio Ortega Hitos, Jaime García, más aquellos que no aquí, pero sí en el diario son archivos vivientes de sus experiencias como Eduardo Quesada Dorador, Fernando Carnicero, Pablo Sycet y otros muchos que sin querer omito.

 

Entrada al "Espacio Juste" en el Centro Damián Bayón de Santa Fe

 

    Trabajar en este proyecto ha sido una de esas cuestiones que nunca se plantean en la maravilla que supone poder organizar o comisariar una exposición: la del engrandecimiento intelectual de uno mismo. Es un privilegio para un comisario el poder conocer de primera mano el sentido y el ser de un artista y su obra y, cuando el artista no está, poder contar con la sabiduría de quienes mejor lo conocían. Además, en este caso gracias a la colaboración de la familia de Julio, aprender de la propia obra en su conjunto y por partes, es decir, hacer un viaje en el tiempo desde un mismo plano, de todo aquello que el artista guardó y ahora se muestra en su integridad. Una típica pregunta que me suelen hacer tras la presentación de una exposición es cuál es mi obra favorita y, habitualmente, suele ser una que pasa inadvertida pero que en el proceso de investigación -o como dejó por escrito Julio, de “Conocimiento y Discernimiento”- resulta clave para interpretar el almario del artista, su fondo ético y moral que se refleja en toda su producción. En este caso, es una humilde hoja A4 de acetato transparente en la que Julio Juste trazó la planta de una capilla: nave, arquerías, cúpula, pechinas... y a cada espacio le acomodó un concepto vital e introspectivo; una antología personal de la emblemática barroca, adaptada a su propia vida y sus convicciones. Lo que me recuerda una conversación con churros y café a las siete de la mañana, en la que tras una experiencia un poco decepcionante para él, me argumentaba cómo el respeto mutuo y el respeto hacia los mayores era uno de los motores del mundo y sin el cual todo lo demás era degeneración.

 

"Emblema" Foto: Inma Puertas

 

 

ENLACES INTERESANTES PARA AHONDAR EN LA VIDA Y OBRA DE JULIO JUSTE:

 

http://www.juliojuste.com/ 

https://vimeo.com/channels/135500

https://www.jaimeg-creacion.com/cuaderno/2020/8/19/el-destino-estaba-escrito-julio-juste-la-vida-envenenada

http://proyecto.antoniojuste.es/ 

https://www.ideal.es/culturas/exposiciones-santa-reivindican-20200826213956-nt.html

 




lunes, 26 de mayo de 2014

CORTÁZAR Y BAYÓN, APUNTES DE UNA AMISTAD

Publicado el 12 de abril de 2014 en GranadaHoy

Enlace a GranadaHoy



Gracias, Damián, por tu mensaje que me alienta en este vacío que me envuelve. Llámame a la vuelta, veámonos. Te abrazo con todo cariño. Este es el último contacto por escrito que hemos conservado de la relación entre Julio Cortázar y Damián Bayón, y es la última pieza que se expone en esta interesantísima exposición, que perdurará hasta el verano, en el Instituto de América de Santa Fe: centro cultural de referencia en la provincia de Granada que atesora, desde sus inicios, el legado del historiador de arte Damián Bayón.



Damián Bayón nació en Buenos Aires en 1915 y fue un historiador y crítico de arte de gran importancia, especialmente para el conocimiento del arte hispanoamericano contemporáneo, aunque sus preocupaciones abarcan desde los estudios sobre el mecenazgo y el poder en la Castilla del siglo XVI, hasta el arte colonial y sus relaciones con el europeo. Bayón fue un intelectual comprometido con su tiempo y así, ejerció como editor de revistas, como profesor universitario en París y como crítico, siendo además un elegante escritor que nos ha dejado un importante corpus bibliográfico en forma de monografías, artículos de revistas y críticas artísticas en diferentes periódicos y revistas internacionales. En 1984 asistió a los cursos de verano de la Universidad de Granada, teniendo contacto por vez primera con los intelectuales locales, lo que dió origen a su decisión de donar entre 1993 y 1995, fecha de su muerte, su archivo y su biblioteca a Santa Fe, ciudad ligada con hispanoamérica por lazos históricos, a través de las Capitulaciones para el descubrimiento del Nuevo Mundo.




Ahora, en esta exposición, se muestra una pequeña porción del valor de esos fondos documentales y bibliográficos donados por el ilustre historiador, con los que se narra la relación de amistad con el escritor Julio Cortázar. Con motivo del cincuenta aniversario de la publicación de Rayuela y la cercanía del centenario del nacimiento de Bayón, el Instituto de América y el Ateneo de Granada, nos ofrece esta exposición, sencilla y comedida que bajo el título Julio Cortázar – Damián Bayón. Argentinos de París, evoca –en palabras de su comisario, Juan Antonio Jiménez Villafranca– la relación de estos dos argentinos y el ambiente cultural, literario, artístico y musical que servía de fondo al París de los años 50 y 60.
Es en este París de postguerra, en el que triunfan el informalismo y el existencialismo e irrumpe el jazz, donde se afincan un buen número de intelectuales latinoamericanos, entre los que se encuentra un importante grupo de argentinos, a los que Damián Bayón llama la “Comunidad”. Han llegado a París huyendo del clima político y social irrespirable de muchas repúblicas latinoamericanas que, gracias a su formación francófona y cosmopolita, se integrarán con facilidad en la sociedad y la cultura francesas, llegando a sentirse tan a gusto que jamás volverán, convirtiéndose en expatriados. Muchos de ellos obtendrán la nacionalidad francesa y morirán en París. Este es el caso de nuestros dos protagonistas, Julio Cortázar y Damián Bayón. 


Estamos, pues, ante una exposición documental en la que se pueden contemplar primeras ediciones de Julio Cortázar, firmadas y dedicadas al historiador, una importante bibliografía de teoría y estética, y una amplia representación de catálogos de artistas como Picasso, Torres García o Klee, de la época parisina de ambos protagonistas, así como revistas y otras publicaciones dedicadas al cine y la fotografía. Temas estos, muy presentes en la obra de Cortázar que no permanecieron ajenos a los intereses de Damián Bayón y entre los que destaca un ejemplar de la obra “Les Europens” de Cartier Bresson, autógrafiado y dedicado por el gran fotógrafo francés.


Es importante, también, la selección de catálogos de artistas latinoamericanos, a los que en ocasiones no tenemos lo suficientemente en cuenta en Europa, de los que Damián Bayón fue un gran valedor. Así, figuras como Julio Le Parc, Antonio Seguí, Penalba, Eduardo Jonquieres o Roberto Matta, quedan documentados a través de su participación en bienales y en exposiciones individuales en Francia, algunas con textos de Bayón, Pablo Neruda o Antonio Bonet Correa.





Toda esta información nos centra en el mundo parisino en el que desarrollaron su labor creativa los dos amigos argentinos. Incluso, a través de una gráfica muy bien resuelta y una banda sonora, se recrean aquellas músicas que Julio Cortázar conoció, disfrutó, compró y dejó documentada en sus cuentos y novelas, teniendo un peso específico el mundo del jazz a través de Charlie Parker, Miles Davis, Count Basie o Louis Armstrong, pero también de algunos compositores contemporáneos como Schonberg o Webern. Pero, todo esto se habría quedado manco sin la correspondencia entre los dos personajes. Son un conjunto de cartas, no demasiado extenso, que abarcan desde 1954 hasta 1982, en las que se palpa la amistad y la confidencia, como en el caso en que Cortázar está inmerso en la edición de la traducción de la obra de Edgar Allan Poe, o las impresiones de sus viajes por Italia, o en la que desfilan otros importantes personajes del momento, como Octavio Paz o Francisco Ayala.


Por último, una vitrina nos muestra una serie de importantes documentos relativos al famoso Mayo del 68 francés, con el escrito de solidaridad de intelectuales y artistas a favor de los estudiantes argentinos que ocuparon el pabellón argentino de la Ciudad Universitaria de París, firmado por personalidades como Jean Paul Sartre, Juan Goytisolo, Fernando Arrabal y, cómo no, por Cortázar y Bayón, entre otros muchos.
En definitiva, una exposición cuidada y muy refinada que ha sido posible gracias a la existencia del legado y la custodia que desde el Instituto de América de Santa Fe se realiza. Algo de lo que hay que congratularse, pues el nivel documental del mismo sería muy apreciado en cualquier archivo o biblioteca internacional.