sábado, 5 de septiembre de 2020

AÑORANZAS DEL CORAZÓN

 JULIO JUSTE, IN MEMORIAM...

 

Vista cenital de la fuente ¡Y un cuerno...! Foto: Inma Puertas

    Conocí a Julio Juste en los comienzos de los años ochenta del siglo pasado. Él me conoció a mí veinte años después. Digo esto, porque en esas fechas en las que yo aún no había cumplido los veinte, Julio Juste era ya una referencia en el mundo artístico de Granada. Sus exposiciones en Laguada y en Palace, míticas galerías de la modernidad en la ciudad, no te dejaban indiferente. El uso del color siempre tan excepcional para quien tenía un “ojo total” –igual que existe el oído total– su figuración abstracta y los sugestivos títulos provocaban la necesidad de seguir conociendo la obra de este artista. Además, junto a las exposiciones, Julio Juste realizaba una rica producción de diseño que renovaba completamente el panorama de lo que había sido la edición y la cartelería. Era una época de renovación e ilusión, para mí era una época de aprender a ver y a sentir el arte con mayúsculas, y de la mano de toda una generación. 

 

Vista de la exposición "Armonía Difusa" en el Centro Damián Bayón de Santa Fe

 

    Si a Claudio Sánchez Muros y Julio Espadafor los podríamos poner como dos antecedentes de esta nueva corriente creativa que se forjaba en Granada, la presencia de Julio Juste por una parte y de Juan Vida por otra, daban una proyección y originalidad al panorama artístico de Granada y, sobre todo, a su proyección a nivel nacional. Años en los que la presencia de Pablo Sycet en Granada, supuso dar el salto a Madrid y a la “Movida madrileña” y años en los que se comienzan a forjar otros artistas como Valentín Albardíaz, Santi Ayán, Santiago Beraza, Alfonso Medina, o se nos hace granadino Pedro Garciarias. Son años en los que gracias a la Galería Palace y los Condes de Gabia de la Diputación, siguiendo la estela del Banco de Granada, se mantiene el pulso de lo contemporáneo en la ciudad: José Guerrero, Soledad Sevilla, Gerardo Delgado, Jordi Teixidor, Cruz Díez, Frederic Amat, Morellet, Manuel Rivera, Equipo Crónica... 

 

Detalle de "Universo Púrpura"

 

    Son unos años 80 y 90 que realmente pusieron a Granada en el punto de mira de la modernidad española. Era maravilloso levantarse por la mañana para ir al trabajo e ir soñando en cuales iban a ser los colores que, durante la noche, había adquirido la piel de la ciudad para ese día. Salir y encontrarte en las vallas de obras, escaparates, muros arruinados, una sinfonía de color y mensajes gracias a la cartelería, era un goce para los sentidos. Y allí competían los grandes diseñadores del momento junto a los proyectos institucionales, porque era muy importante lo que decía José Guerrero: “¡Colores, coño, colores!”, en este país que durante tanto tiempo se vestía de grises, negros y marrones. Esa era la apreciación fundamental. Gran parte de este trabajo, durante los años 80, se canalizó a través de la empresa Gabinete Ciudad y Diseño y desde ahí se le daba categoría artística a cualquier humilde impreso que se hiciera para la administración. Aún conservo y sobre todo recuerdo el impacto que me supuso la edición del Avance del Plan General de Urbanismo de 1983 –Avance, para el que Julio realizó varios trabajos técnicos– y la Exposición ¿Qué hacer con la Ciudad?, dos libros que me arruinaron por unas semanas, pero sus portadas en morado y en amarillo provocaban su adquisición. ¿Desde cuándo un libro de ese carácter técnico se permitía esas licencias?

 

Detalle de "Valdeoscuro"

 

    Al principio decía que Julio Juste me conoció a mí veinte años después, y es la verdad. Yo conocía a Julio por su arte pero él ignoraba absolutamente mi existencia, pues nuestros círculos eran muy diferentes y por mi parte solamente existía la admiración hacia su obra como si de un genio clásico se tratara. Fue a partir de mediados los noventa cuando comencé a relacionarme con algunos de los compañeros de viaje de Julio Juste, especialmente el núcleo generado alrededor del Instituto de América de Santa Fe –continuador de esa tradición de la contemporaneidad– y la oportunidad de conocer a Julio Juste personalmente se abría. Pero aún pasarían algunos años más y sería José María Rueda el que por fin me presentara al artista que yo tanto había admirado –a él y a otros muchos de mis adorados iconos del arte–. Ahí nació una amistad tardía, de respeto mutuo, de ánimo por parte de Julio hacia algunas cosas que yo le contaba, pero sobre todo fue una larga, como no podía ser de otro modo, conversación sobre las proporciones, las normas de la medida y todo su análisis sobre la ventana de Iñigo Jones lo que nos llevó a intimar un poco más. Las conversaciones, nada fáciles por cierto, eran más asiduas y aún más densas. Su capacidad para enlazar temas disímiles era increíble, sus conocimientos eran enciclopédicos y, sobre todo, era el modo en que había discernido y extraído conclusiones estéticas o funcionales del problema a tratar. Su visión de los lenguajes artísticos y su valoración plástica de cualquier cuestión aparentemente banal, desde los toros al futbol, en dónde no solamente era el deporte o el espectáculo en sí, sino incluso su retransmisión televisiva y, por tanto, la transformación de un mismo hecho a dos planos diferentes. Recuerdo que en la inauguración de la exposición Dopplegänger de Carmen González Castro en la madrileña Puerta de Alcalá, Carmen trabajaba el mundo de las anamorfosis y Julio me hablaba de cómo la publicidad en los partidos de futbol había adoptado esta sugestión física de la óptica para amoldarse a los tiros de cámara de las retransmisiones deportivas. Ese era Julio Juste, una cabeza que hervía, con una capacidad insondable de entender las cosas de otro modo y reorganizar ese mundo para que fuera comprensible, lo que no quiere decir que fuera fácil de entender.

 

Sin Título, poema visual. Foto: Inma Puertas

 

    Por eso, tras toda esta perorata personal, yo quiero decir que para mí fue una suerte poder conocer a Julio en sus últimos diez, doce años, y que ha sido una fortuna poder trabajar en este homenaje que el Instituto de América realiza en estos momentos sobre su figura, especialmente con la creación de un espacio estable para salvaguardar su legado depositado en Santa Fe. Y la suerte, no es solamente el poder expresar mi particular homenaje a un amigo, sino el de haber podido compartir experiencias y conversaciones con quienes lo conocían en la época que yo no existía; amigos comunes que vivieron al mismo tiempo al artista y a la persona, yo durante esos veinte años solamente conocía al artista. Ellos han sido una fuente de conocimiento extraordinario sobre Julio Juste y han sido un regalo para mi trabajo y mi futuro, al enriquecer con su experiencia vital la mía propia. Juan Antonio Jiménez Villafranca, José María Rueda, José Antonio Ortega Hitos, Jaime García, más aquellos que no aquí, pero sí en el diario son archivos vivientes de sus experiencias como Eduardo Quesada Dorador, Fernando Carnicero, Pablo Sycet y otros muchos que sin querer omito.

 

Entrada al "Espacio Juste" en el Centro Damián Bayón de Santa Fe

 

    Trabajar en este proyecto ha sido una de esas cuestiones que nunca se plantean en la maravilla que supone poder organizar o comisariar una exposición: la del engrandecimiento intelectual de uno mismo. Es un privilegio para un comisario el poder conocer de primera mano el sentido y el ser de un artista y su obra y, cuando el artista no está, poder contar con la sabiduría de quienes mejor lo conocían. Además, en este caso gracias a la colaboración de la familia de Julio, aprender de la propia obra en su conjunto y por partes, es decir, hacer un viaje en el tiempo desde un mismo plano, de todo aquello que el artista guardó y ahora se muestra en su integridad. Una típica pregunta que me suelen hacer tras la presentación de una exposición es cuál es mi obra favorita y, habitualmente, suele ser una que pasa inadvertida pero que en el proceso de investigación -o como dejó por escrito Julio, de “Conocimiento y Discernimiento”- resulta clave para interpretar el almario del artista, su fondo ético y moral que se refleja en toda su producción. En este caso, es una humilde hoja A4 de acetato transparente en la que Julio Juste trazó la planta de una capilla: nave, arquerías, cúpula, pechinas... y a cada espacio le acomodó un concepto vital e introspectivo; una antología personal de la emblemática barroca, adaptada a su propia vida y sus convicciones. Lo que me recuerda una conversación con churros y café a las siete de la mañana, en la que tras una experiencia un poco decepcionante para él, me argumentaba cómo el respeto mutuo y el respeto hacia los mayores era uno de los motores del mundo y sin el cual todo lo demás era degeneración.

 

"Emblema" Foto: Inma Puertas

 

 

ENLACES INTERESANTES PARA AHONDAR EN LA VIDA Y OBRA DE JULIO JUSTE:

 

http://www.juliojuste.com/ 

https://vimeo.com/channels/135500

https://www.jaimeg-creacion.com/cuaderno/2020/8/19/el-destino-estaba-escrito-julio-juste-la-vida-envenenada

http://proyecto.antoniojuste.es/ 

https://www.ideal.es/culturas/exposiciones-santa-reivindican-20200826213956-nt.html

 




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